Este martes el presidente recibió las propuestas emanadas de la Comisión Presidencial para la Paz y Entendimiento, a la que se le encomendó -hace 22 meses- ofrecer al país una ruta de solución al largo conflicto entre el Estado y el pueblo Mapuche. Dada la magnitud de la tarea, se conformó la Comisión con tal nivel de transversalidad y heterogeneidad política y social, que hacían del acuerdo no solo algo difícil, sino que altamente improbable. Sin embargo, se logró.
Un acuerdo improbable, pero alcanzado
El documento que se entregó al presidente cuenta con un acuerdo en todos sus puntos de al menos 7 de los 8 miembros, es decir, el 87,5%, superior a cualquier quórum existente en el marco del debate legislativo, por poner un punto de comparación. Que se haya alcanzado tal nivel de acuerdo con una composición de la Comisión que lo hacía, como decía, improbable, da cuenta del serio trabajo de las y los comisionados, pero también de la robustez del acuerdo mismo.
La Comisión, por tanto, entendió el tamaño de lo encomendado. Con ello se logra la apertura de una ventana de posibilidad para encontrar solución a una de las heridas más profundas de nuestra patria y que se ha mantenido abierta desde la aurora de su existencia.
Durante más de dos siglos la frontera sur del Chile colonial estaba dibujada con el lecho del río Biobío. Antes de eso hubo guerra, y después de eso colonización, desplazamiento, despojo territorial y asimilación cultural. Durante las últimas décadas el resultado ha sido violencia política, rezago económico y uno tras otro tropezón del Estado buscando salidas. Lo que abre esta Comisión es una oportunidad para marcar hoy un punto de inflexión. Y cuando estas oportunidades aparecen en la historia hay que tomarlas. No es tiempo de cálculos mezquinos.
Lecciones del pasado: cuando el cálculo político se impone
En 1968, la guerra de Vietnam -que llevaba ya 8 años- pudo haber llegado a su fin en las llamadas negociaciones de París. Sin embargo, a la negociación de paz se le atravesó la elección presidencial de Estados Unidos. Nixon, que buscaba arrebatarle la presidencia a los demócratas, pensaba que, si Johnson alcanzaba el acuerdo de paz, beneficiaría a su candidato de continuidad (Hubert Humphrey). Así, el Republicano intervino secretamente para sabotear el acuerdo y le ofreció al gobierno de Vietnam del Norte unas supuestas mejores condiciones de acuerdo en caso de que él ganara la presidencia.
El acuerdo se cayó y Nixon efectivamente ganó. Pero la guerra estuvo lejos de terminar. Por el contrario, la irresponsabilidad política de Nixon y el predominio de su interés personal, costó cinco años más de guerra y cientos de miles de vidas.
En Chile también tenemos casos insignes, como el propio proceso constituyente de Bachelet, que el establishment político se negó a apoyar, perdiendo una valiosa oportunidad para dar una solución al problema constituyente. No hacerlo, costó años de inestabilidad y dos procesos constituyentes fallidos. Hoy, muchos de los que dieron la espalda, preferirían haber apoyado el proceso.
Rentismo político y obstrucción sistemática de la derecha
Como se ve, la historia de los conflictos políticos ofrece oportunidades puntuales que no pueden ser desaprovechadas. La actitud del Partido Republicano chileno presionando a diversos comisionados para hacer naufragar el proceso, van justamente en un sentido contrario. Restándose del acuerdo, así como lo hicieron también de la Reforma de Pensiones. Definitivamente, se consagran no como políticos, sino que como rentistas de la política. Perseguidores compulsivos de la ganancia inmediata, subordinan el interés nacional y la visión de Estado por un punto en la encuesta y el aplauso de su barra brava por cada “no” que le dicen al gobierno.
Lo anterior es esperable, pues la actitud “ultra” de la nueva derecha ofrece un guion predecible. Lo que es francamente inentendible es la bataola generada por el hecho de que no se haya alcanzado la unanimidad, cuando, como se ha dicho, la comisión alcanza un acuerdo del 87,5%. Es claro, entonces, que el problema no es el contenido del acuerdo. ¿A qué se debe entonces esta supuesta bataola?
Respecto de lo que hoy representan, la derecha se encuentra en una situación crítica. No tienen un proyecto político claro, no tienen capacidad de articulación ni coordinación ellos mismos. Como se ha dicho, hoy no tienen la capacidad siquiera de sentar a sus candidatos presidenciales juntos en un desayuno.
El resultado de esta situación es que Chile Vamos sucumbe a la presión de los partidos que le corren por derecha, y la política, entonces, se vuelve competencia constante por la dureza: ante cada coyuntura política relevante, la pregunta no es qué es lo mejor para Chile, sino que quién sostiene la posición más intransigente, quién la más dogmática, cómo se evita que el gobierno pueda obtener hasta la más mínima victoria.
El costo de la intransigencia no lo paga el gobierno
Pero cuando tal conflicto se lleva a la arena de las grandes reformas y los grandes temas de Estado, entonces quienes pagan los costos de la disputa intestina no es el gobierno, ni el oficialismo, es Chile. Esto es precisamente lo que hemos visto estos días, y el costo ha sido poner en riesgo el avance de una política como esta, tan relevante para Chile y su futuro.
Hoy está en manos de la derecha enfrentar lo que viene de otro modo, pues si lo que se mantiene es la actitud actual, entonces estarían también diciéndole al país que no están capacitados para gobernar, pues carecerían de la visión de Estado necesaria para hacerlo.
Lo que se necesita hoy es asumir la ruta que ofrece la Comisión parra la Paz con esa visión de Estado, es decir, que todas las fuerzas levanten la vista más allá del cortoplacismo y el cálculo utilitario.
Chile tiene la posibilidad de comenzar a cerrar una de sus heridas más profundas, reparando la deuda con el pueblo Mapuche y la Araucanía toda y construyendo un camino donde la paz y el entendimiento sean la base de nuestra convivencia. Esperemos que no sean las pequeñeces y el cálculo mezquino lo que predomine, sino que la voluntad de construir una patria donde quepamos todos.
– Simón Ramírez, secretario ejecutivo del Frente Amplio
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